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LECTURA

Canadá - Richard Ford

11 enero 2016

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"Primero contaré lo del atraco que cometieron nuestros padres. Y luego lo de los asesinatos, que vivieron después. El atraco es la parte más importante, ya que nos puso a mi hermana y a mí en las sendas que acabarían tomando nuestras vidas. Nada tendría sentido si no contase esto antes que nada. Nuestros padres eran las personas de las que menos se podría pensar que atracarían un banco. No eran gente rara, ni evidentemente criminales. A nadie se le hubiera ocurrido pensar que estaban destinados a acabar como acabaron. Eran personas normales –aunque, claro está, tal afirmación queda invalidada desde el momento mismo en que atracaron el banco."
Comienzo este año 2016 con esta desgarradora premisa sobre la obra de Richard Ford, a quien no hace falta presentar por su abultado currículo. Como ocurre en la mayor parte de sus novelas, el argumento es secundario al estilo y es que Richard Ford tiene fama de ser un escritor lento. Tal vez su lentitud tenga que ver con la dislexia que padece. Ford dice que fue ésta la que hizo que apenas leyera nada hasta que tuvo 18 años.

El peso de la novela recae casi en exclusiva sobre el lenguaje. Ford se recrea en la descripción meticulosa de la vida en una ciudad pequeña, Great Falls, durante páginas, de manera que la mecha de la primera frase de la novela tarda tiempo en comenzar a arder. Como viene siendo habitual en su estilo, destacan las descripciones de los paisajes, en este caso, Montana y Canadá. Canada es también atractiva desde el punto de vista de la estructura. La novela consta de tres partes. Al final de la primera, el libro se transforma abruptamente. De hecho, a partir de ahí parece que comienza una novela distinta, una vez que conocemos el robo del banco. El lector tendrá que esperar a la última parte para atar todos los cabos.

Sin embargo, Richard Ford viene a decirnos que no, que no son las personas las que nacen predestinadas a delinquir, sino la delincuencia quien escoge caprichosamente a sus ejecutores. Y que, sobre todo, no estigmaticemos a los delincuentes, pues nadie está libre de pecado.

Quien nos cuenta la historia al cabo de muchos años es Dell Parsons, instalado ya en una más que respetable vejez, con esa capacidad de indulgencia que solo el paso del tiempo sabe otorgar. Así, su versión de los acontecimientos se transforma en una suerte de novela de transición a la madurez.

Tal vez la narración de esta novela resulte algo telegráfica y reiterativa, como suele suceder con las historias de transición a la madurez, en las que la literatura construida a base de frases cortas e intimistas, casi dignas de un diario personal, suele erigirse como el mejor recurso para expresar las desventuras de un adolescente. Lo que seguro, es que Canadá se acercará un poquito más al lector. Y que mostrará vuestra propia capacidad para establecer fronteras entre lo bueno y lo malo, entre lo conveniente y lo execrable, de tal manera que aprendáis a reconocer lo “humanamente” aceptable y a olvidar "las culpas del pasado".

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